Detraer, del latín, detraere: infamar, denigrar, criticar injustamente, desacreditar, apartar o desviar.
Yo soy detractor profesional. Es un trabajo extenuante, pero muy bien
remunerado. La misión de los detractores consiste en impedir que se ocasionen
grandes cambios para acotar el desarrollo de la humanidad. Aplacamos todo tipo
de iniciativa, desbaratamos cualquier proyecto que amenace la continuidad
ideológica o política de los contratantes, inducimos a la abulia, aniquilamos
sueños en los espíritus rebeldes y pisoteamos la esperanza.
Conformamos una organización mundial con ramificaciones en los seis
continentes, incluida la Antártida (destino codiciado por todos los miembros,
porque el desánimo surge espontáneamente frente a la inclemencia climática y al
paisaje desolador: es como estar de vacaciones).
Nos financian los líderes de las potencias más poderosas del planeta.
Como el nivel de exigencia es alto, trabajamos con reglas claras y minuciosas.
Nos regimos por una ética particular que impone límites estrictos: está
prohibido ejercer tortura psicológica, violencia física o métodos cruentos con
las víctimas de nuestro acecho; la irresponsabilidad, la deslealtad y el
arrepentimiento de cualquiera de nuestros asociados, una vez asumido el
compromiso con la corporación, se penaliza con la muerte. Para la condena no
existen atenuantes, nos mantenemos rigurosos. Tomamos medidas drásticas, porque
no podemos correr el riesgo de exponernos. Todos aceptamos estas cláusulas
desde el inicio, ya que los contratos de trabajo se firman bajo juramento de
absoluta confidencialidad.
Los que más sufren nuestro
acoso son los perseverantes, los ególatras y los tercos. Pero como el género
humano es débil por naturaleza, no representan mayor desafío. Utilizamos
tácticas sutiles, somos diestros en el arte del convencimiento diluyendo
expectativas o socavando la dignidad. Suelen ser armas muy efectivas la
seducción y las promesas postergadas. Utilizamos técnicas que brindan al
cliente eficacia garantizada. Los resultados saltan a la vista: la humanidad demuestra,
progresivamente, una marcada tendencia a una conveniente apatía.
Existe un solo lugar en donde nuestra red no opera, un recóndito país,
situado en el confín del mundo, en el cual intentamos infiltrarnos, pero debo
reconocer este fenómeno como el único fracaso registrado en los anales de
nuestra impecable performance. Es la única mancha en el legajo.
Fue imposible trabajar allí. A tal punto, que nos vimos obligados a
cerrar la sede por falta de personal. El sindicato se negó a seguir enviando
delegados a esa filial. Se invertía en su entrenamiento demasiado tiempo y
dinero para que acabaran malográndose. Nuestros profesionales no podían
competir con infinidad de detractores aficionados que anulaban su alta
valoración hasta empujarlos al suicidio.
La organización creyó, en un principio, que se quitaban la vida por
honor y sentimos mucho orgullo por ese acto de arrojo, luego descubrimos con
desilusión que lo hacían por simple melancolía.
Desorientados, estudiamos el caso en profundidad para encontrar una
solución, pero notamos que resultaba inútil inocular el despropósito, la falta
de incentivo y la desesperanza entre gente que vivía sumida en una atmósfera en
la que se respiraban esos virus con naturalidad, para los cuales ya eran
inmunes. Peor aún, mostraban resistencia a males del alma desconocidos por
nosotros. Nos parecieron dolencias tan atroces, que jamás las hubiéramos
incluido en los procedimientos estipulados dentro del reglamento, por
considerarlas inhumanas.
Esa adversidad cotidiana, evidenciaba en este pueblo un fortalecimiento
extraordinario y un poder de invención sin precedentes.
Saben que no tienen horizonte, que no podrán crecer jamás, que su país
desciende hacia un vacío infinito, año tras año, pero el milagro es que no
tocan fondo y, por eso, siguen adelante.
Si, al menos, fueran perseverantes..., pero no, todo lo abandonan a
mitad de camino y están abocados a la chatura y al espanto. Esto los vuelve
imperturbables. La única certeza que los mantiene alertas es que todo será peor
al día siguiente. Entonces, siempre se preparan para generar, automáticamente,
anticuerpos y resistir cualquier embate.
Nos preocupa este pueblo invulnerable.
Somos excelsos exterminadores de ambiciosos, megalómanos, idealistas,
pero nos quedamos sin discurso frente a los conformistas y a los resignados.
Al emprender la retirada de sus tierras, confiamos en que, en realidad,
resultaría cómodo y provechoso que ellos mismos ejecutaran nuestra labor sin
que representara ni un mínimo esfuerzo para la organización. Manejan un
criterio tan refinado y original de autodestrucción que nos maravilló. Hasta
que comprendimos que ahí estaba la clave de su permanencia imbatible sobre el
globo.
Los consideramos una plaga, porque se están diseminando por todas
partes. Tememos que la indolencia que los caracteriza sea contagiosa. Si esta
invasión persiste, nuestro oficio se pone en serio riesgo de extinción. Los
detractores pasaremos a retiro por innecesarios. El fantasma del desempleo nos
aterra, cuestión que a ellos no parece afectarlos, ya que sin trabajo son
capaces de subsistir haciendo uso de una frondosa imaginación.
Si finalmente esta profecía se cumpliera, nos quedaría el consuelo de
contar con ese lugar de Sudamérica en donde, después de todo, conseguiríamos
sentirnos a gusto. Un ex detractor profesional pasaría inadvertido viviendo en
un país en el cual la infamia, la denigración y la crítica descalificadora son
moneda corriente.
Cuesta entender a estos hombres que se autodenominan “argentinos”.
Será un enigma indescifrable cómo apartados hasta el olvido,
desacreditados frente al mundo y totalmente desviados del rumbo, todavía ríen.
Vaya uno a saber de qué o de quiénes.
Vaya uno a saber de qué o de quiénes.
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