viernes, 1 de marzo de 2013

Menú del día: eufemismos.


El lenguaje, con su proceso de transformación constante, no siempre fue acompañado al mismo ritmo por el hombre. 
Los tabúes y las estructuras rígidas de la sociedad, a medida que avanzaron las civilizaciones, frenaron su franca evolución. De hecho, negaron cambios y hasta sufrió regresiones, presionado por mandatos moralistas. 
De manera que, enmascarado detrás de modismos, palabras evasivas teñidas de pacatería  y amaneramientos pudorosos, el lenguaje llegó al extremo de perder sus verdaderas y primigenias formas. Formas más rudas, tal vez, aunque claras y concisas, exentas de anfibologías. 
Con la perfecta excusa de que la instrucción espulga la barbarie y aleja del primitivismo, se instauró por desuso, un index de palabras prohibidas bajo el nuevo nombre de "malas palabras". A partir de ese momento, solo osaron pronunciarlas los maleducados y los vulgares. 
Así fue como nacieron los tan mentados "eufemismos". Grupo de vocablos que se impuso como "la familia noble de la lengua", con pedantería de prosapia inventada. Y  estos nuevos parientes esnobs se encargaron de encerrar en el sombrío y polvoriento cuarto del fondo a los ascendientes brutos y defectuosos, los "innombrables", que eran la muestra  fehaciente de la imbecilidad actual y de la grosería originaria. 
De un día para el otro, el carajo dejó de ser un inofensivo canasto desde el que se divisaba tierra firme, para transformarse en un lugar indeseado al que se mandaba a los mismos que eran dignos de irse a la remil puta que los había parido; los humanos pasamos a tener cola, como los animales, porque el culo era algo sucio; las tetas se transformaron en pechos, lugar amplio e impreciso del tórax, pero multiplicado por dos, y el encanto femenino, convenientemente, se masculinizó; los pedos también perdieron jerarquía al entrar en la categoría general de "gases"; la mierda fue excremento, caca o, peor todavía, popó. 
Y aquí me detengo para contar una pintoresca anécdota. Un señor, conocido de la familia, reaccionó indignado frente a este eufemismo idiota; su hijo se había descompuesto sin poder llegar al baño en medio de lo que, hasta ese momento, había sido un alegre paseo en grupo, junto con otras familias de amigos. La mamá, una señora correcta de los ´50, hizo un  gran esfuerzo por intentar llevar con disimulo el percance  y explicar delicadamente algo que, por el olor, no podía ser más que una mierda. Cuando se acercó el señor padre a preguntar qué pasaba, la señora le susurró en voz baja y, aunque por dentro moría y ni siquiera entendía cómo había estallado ese chico ni por donde agarrarlo, hasta fabricó una sonrisita falsa: "Nada querido, es que Eduardito se hizo popó." El hombre, con ojos desorbitados y gesto de repulsión, al ver a la criatura como recién emergido del fondo barroso de la laguna de Chascomús, espetó enloquecido: "¡¡Qué popó ni popó: este pibe se cagó!!" Y la razón que tenía, aquel no era momento para eufemismo alguno... al pan, pan y a la mierda, mierda, por favor.
Prosigo con mi listado, me había quedado en  los eructos. A los guturales y cavernarios eructos les pusieron un  pusilánime e incomprensible alias, "provecho", ¿provecho para quién? no imagino muy provechoso para nadie que te soplen en la cara una bocanada de ajo y morrón predigerido; también era normal decirle verga al pene, haciendo alusión a su naturaleza erecta de mástil ( los que no cambiaron ni un poco son los hombres, siempre exagerando); el coño, que venía del amistoso y acariciable vocablo latín "cunnus" o "conejo", pasó a ser una arisca y secota vulva; el puto, homosexual; la puta, ramera... y podría quedarme recitando metamorfosis idiomáticas absurdas hasta insuflarles aire en las gónadas y hacérselas estallar como las tripas del pobre Eduardito.
Una vez más, quedó  demostrada la inutilidad de la prohibición en todos los órdenes. Solo estimula la curiosidad y la rebeldía. 
El lenguaje se arremangó y cavó túneles hasta salir a la luz, parapetado detrás de las jergas; idiomas paralelos con estructuras similares, pero repletos de giros musicales de arrabal. Pura y deliciosa marginalidad, con infinitos matices, gracia y picardía. 
Y de una vitalidad ingobernable: todos los días se inaugura una palabra más simpática y original que la anterior. 
La sinonimia parece ser infinita: un trasero es un culo;  un orto; un traste;un ojete; una burra; un pan dulce; un baúl; un totó; un siete. 
Derroche de parientes defectuosos que, en lugar de esconderlos, organizamos una murga y los sacamos a bailar.

El otro día, una de mis hijas al salir del gimnasio, recibió el piropo más gracioso y mejor guionado de la historia.

_ ¡Quique, fichate ese ojete!
A lo que Quique respondió encantado:
_ ¡Un puema!

El vivo ejemplo de que no hubiera sido ni remotamente genial, dicho eufemísticamente.

_ Enrique, observa esa cola.
_ Un poema.

Buuuuh. Amamos lo guarro.







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