lunes, 4 de marzo de 2013

Clausura por peligro de derrumbe


Hacia octubre de 2010, resonó por unas horas en diarios, radio y televisión la noticia de que el edificio de Tribunales previsionales de la calle Marcelo T. de Alvear al 1800 se clausuraba por inminente peligro de derrumbe. 
Los archivos colapsados por miles de expedientes de litigios en materia jubilatoria pendientes con el ANSES, excedían la capacidad de las oficinas y, en un desborde caricaturesco, se apilaban por cuanto rincón libre quedara.
 Las cámaras indiscretas de los noticieros recorrían pasillos, cocinas y baños atiborrados de carpetas, rebalsadas de papeles. 
Mostraban las grietas en la mampostería; daban cifras de peso máximo permitido por metro cuadrado; consultaban arquitectos e ingenieros calculistas. Entrevistaron verborrágicos empleados, ansiosos tanto por que les solucionaran la situación aterradora de trabajar en permanente riesgo de ser sepultados debajo de escombros, como por salir en cámara y que los vieran sus amigos y parientes.  
Allí quedó el asunto. Cada tanto, asoman informaciones del mismo tenor. 
Me encargué de buscar data y quedé impresionada al descubrir que, entre 2010 y 2013, hubo cuatro clausuras de edificios de Tribunales y todas por el mismo motivo: peligro de derrumbe. Tres, a causa de sobrepeso en archivos atestados de papeles; una sola, en la que los daños habían sido ocasionados por el paso de un tornado. 
Tribunales previsionales de Marcelo T. de Alvear; Tribunal de la familia, en la calle Uruguay;  Tribunal laboral, en la ciudad de Quilmes; edificio del Palacio de Tribunales del pueblo de Mercedes.
Lo primero que me inspiró fue el poco original pensamiento de que resultaba una metáfora perfecta de nuestra Justicia repleta de fisuras y con permanente alerta de desmoronamiento. 
Cuanta causa perdida, misterios sin resolver, gente sin pagar sus delitos, casos resonantes evaporados.
Imaginaba esas pilas de carpetas con legajos amarillos y arrugados como piel de chino viejo que, permanentemente, deben traspapelarse y hacerse cocteles de casos de distinta índole y gravedad. 
Tanta desprolijidad, tanto proceder desmañado, deja causas perdidas como basura espacial  flotando en un especie de quilimbo, mezcla de limbo y quilombo, lugar impreciso de malas voluntades, coimas, desidia y estupidez.
En ese desconcierto, empiezo a escuchar voces.
Adentro de un bibliorato cubierto por una capa de polvo (a la vez, pata de escritorio), entre toses y estornudos, escucho a Cabezas pidiendo que no se olviden de él; mientras desde el bañito de servicio, un  Yabrán exultante, grita; "¡Ya abran... Ya  abran, que pasó la tormenta!" y asoma con cara nueva, como Travolta en "Face off", vivito y coleando.
Y el desaparecido albañil, Julio López, pasa colgando en una atado de carpetas color ladrillo que un ordenanza va a cambiar de piso, repitiendo sin solución de continuidad: "yo no soy Globulito; yo no soy Globulito", aclarando, por las dudas de que algún magistrado distraído lo haya confundido con el homónimo actor cómico de  "La Tuerca", y por ese motivo, nunca tomaran muy en serio la investigación. 
En un pasillo, unos testigos medio chapita del caso de la Dra. Giubileo, pacientes de la Colonia Montes de Oca, quedaron ahí arrumbados desde fines de los ochenta, tan olvidados como la causa por la que fueran convocados y, de puro aburrimiento, prestan sus oídos al peluquero arrepentido de María Estela Martínez, Isabelita, "la Perona". También atrapado en el mismo agujero negro del olvido, cree que, todavía, a alguien le interesa saber cuántas horas le llevaba la construcción del complejo peinado "nido de hornero" de la ex presidenta,  explayándose en ínfimos detalles, con el orgullo de esplendores pasados. Confirma con vehemencia la imposiblidad que existía de guardar, dentro de ese casquete peludo, expedientes confidenciales de López Rega, sus libros de ocultismo y la Triple A, ya que el volumen del cabello (infidencia que solo revela ante el terror de quedar pegado en la causa) se lograba con chorizos de tela rellenos con alpiste. "Es un mito eso de que la señora tenía la cabeza hueca: la tenía llena de pájaros que la seguían por las semillas, todo un problema.", palabras textuales del coiffeur. Agregó que era pura mentira que el efecto abovedado se lograra, como se hizo creer en su momento, con tubos y tubos de spray Lóreal de París.  Ese fue el gran engaño nacional. Pasaban containers de barniz en aerosol como parte de los gastos reservados y después se los hacía revender en el mercado negro de las peluquerías de barrio, para ir mitad y mitad, según él dice. 
Mientras, los pacientes psiquiátricos lo escuchan con la mirada perdida y el peluquero no sabe si interpretar sus expresiones pasmadas como signos de interés o de hartazgo.Asume que solo un loco puede cansarse de escuchar chismes e insiste con el tema del spray y, en tren de confidencias, les cuenta la idea que le ronda hace tiempo: ya que quedó atrapado en el juzgado, porqué no aprovechar para abrir una demanda por lucro cesante y daños y perjuicios y deterioro de sus pulmones con enfisema ocasionado por aspirar tanta laca en los años de plomo. 
Y desde el otro extremo del pasillo, aplastada por dos causas de desalojo y una de estupro,  para la oreja Lina, la ex mucama de la gran Mirtha, y le consulta al peluquero jubilado, que parece tener todo tan claro, si no cree de conveniencia agregar en los expedientes que la señora la obligaba todas las noches a ver "La dueña", a raiz de lo cual se le produjo una gastritis crónica y comienzo de ceguera. La ex mucama, en confianza y porque sabe que los estilistas son como sacerdotes y se les puede confesar hasta el pecado más aberrante, baja la voz  y declara que ya se hizo varios estudios con el dinero que sacó de la venta de las joyas robadas y, en verdad, no tiene ninguna afección grave, pero está esperando la indemnización para asociarse a la Suizo. Los dos detienen su conversación, alarmados por los gritos que salen desde la Kitchenette del despacho: son Nazarena Velez y Agostini discutiendo por la tenencia del hijito que ya está por cumplir los treinta y cinco años, pero ellos, entretenidos dando tanta nota a Rial, Monti, Mauro Viale y Canosa, ni se enteraron de que ya es mayor de edad, vive solo y en Miami.

 Y en ese berenjenal administrativo, penal, criminal,  familiar, laboral,  conviven sin conflicto todas las demandas, aunque un poco apretaditas. 
Ni bien las cambien de edificio, van a seguir confraternizando y sin resolverse, pero más cómodas, seguramente. 
Hasta el nuevo aviso de derrumbe.





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