miércoles, 17 de abril de 2013

Cierre de campaña



                                              
           La multitud excitada se desgañitaba gritando cantitos triunfalistas, algunos con rimas soeces para irritar a los líderes de los partidos opositores; otros, con palabras de apoyo y adhesión, alentando a su candidato.
Vivían todos un clima festivo. Sentían que ese hombre de sonrisa cálida y sincera representaba desinteresadamente sus ideales y los defendería con honestidad. Se oían por allí frases tales como: “al fin un líder como Dios manda”, “éste sí que es un político de raza” o “con él en el poder, todo va a cambiar”. En los comentarios se percibían numerosos votos de confianza.
La algarabía fue calmándose, un silencio respetuoso y expectante enmudeció a la masa e invitó al orador a continuar con sus pausadas pero enérgicas palabras, que proponían una profunda transformación. Por los altoparlantes retumbaban las innumerables promesas.
_Generaremos nuevas fuentes de trabajo que activarán la industria, así derrotaremos al opresor fantasma de la desocupación. Daremos en nuestra gestión un papel preponderante a la salud y la educación, porque un pueblo enfermo y analfabeto es un pueblo vulnerable y sin futuro. Podrán confiar, nuevamente, en la tan vapuleada justicia y sentirse amparados por ella, porque la corrupción y los manejos turbios, enemigos acérrimos del sistema, serán derrotados por la transparencia de nuestros actos. Defenderemos los derechos del pueblo y exigiremos con mano firme el estricto cumplimiento de los deberes de nuestros funcionarios.   
El público explotó en aplausos, los bombos fueron aporreados con fiereza y las banderas y pancartas se agitaron frenéticas. La gente quería creer en ese mañana luminoso, próspero, progresista, ético y moral. Necesitaban creer, precisaban confiar, una vez más, con el convencimiento de que no los iban a estafar, como tantas otras veces.
Con su presencia sólida y su mensaje esperanzador, el candidato transmitía una imagen protectora. Satisfecho con la respuesta de sus seguidores, esbozó una sonrisa complaciente. Entonces, cerró su parlamento con una frase rotunda y exaltada, que quedó grabada en la memoria de los allí presentes.
_ Si yo no tuviera la firme convicción de cumplir con todo lo que les prometo, que en este mismo instante se abra la tierra bajo mis pies y yo sea tragado por ella.
Y, en ese mismo instante, vio como se quebraba el piso del palco y a sus pies se abría un abismo oscuro e interminable. Apretó contra el pecho los papeles del discurso y, sin atinar a nada, se dejó absorber por aquella fuerza sobrenatural pensando con resignación: “la impunidad no podía ser eterna, algún día tenía que pasar.”
La incauta multitud no pudo reaccionar por un largo rato. Cuando se acercaron a lo que, momentos antes, había sido el palco oficial, observaron perplejos que la tierra volvía a abrirse y, en una violenta regurgitación, lanzaba al aire las hojas arrugadas del discurso hipócrita.

                                              
            

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