viernes, 5 de abril de 2013

Detractores S.A.




Detraer, del latín, detraere: infamar, denigrar, criticar injustamente, desacreditar, apartar o desviar.
Yo soy detractor profesional. Es un trabajo extenuante, pero muy bien remunerado. La misión de los detractores consiste en impedir que se ocasionen grandes cambios para acotar el desarrollo de la humanidad. Aplacamos todo tipo de iniciativa, desbaratamos cualquier proyecto que amenace la continuidad ideológica o política de los contratantes, inducimos a la abulia, aniquilamos sueños en los espíritus rebeldes y pisoteamos la esperanza.
Conformamos una organización mundial con ramificaciones en los seis continentes, incluida la Antártida (destino codiciado por todos los miembros, porque el desánimo surge espontáneamente frente a la inclemencia climática y al paisaje desolador: es como estar de vacaciones).
Nos financian los líderes de las potencias más poderosas del planeta. Como el nivel de exigencia es alto, trabajamos con reglas claras y minuciosas. Nos regimos por una ética particular que impone límites estrictos: está prohibido ejercer tortura psicológica, violencia física o métodos cruentos con las víctimas de nuestro acecho; la irresponsabilidad, la deslealtad y el arrepentimiento de cualquiera de nuestros asociados, una vez asumido el compromiso con la corporación, se penaliza con la muerte. Para la condena no existen atenuantes, nos mantenemos rigurosos. Tomamos medidas drásticas, porque no podemos correr el riesgo de exponernos. Todos aceptamos estas cláusulas desde el inicio, ya que los contratos de trabajo se firman bajo juramento de absoluta confidencialidad.
    Los que más sufren nuestro acoso son los perseverantes, los ególatras y los tercos. Pero como el género humano es débil por naturaleza, no representan mayor desafío. Utilizamos tácticas sutiles, somos diestros en el arte del convencimiento diluyendo expectativas o socavando la dignidad. Suelen ser armas muy efectivas la seducción y las promesas postergadas. Utilizamos técnicas que brindan al cliente eficacia garantizada. Los resultados saltan a la vista: la humanidad demuestra, progresivamente, una marcada tendencia a una conveniente apatía.
Existe un solo lugar en donde nuestra red no opera, un recóndito país, situado en el confín del mundo, en el cual intentamos infiltrarnos, pero debo reconocer este fenómeno como el único fracaso registrado en los anales de nuestra impecable performance. Es la única mancha en el legajo.
Fue imposible trabajar allí. A tal punto, que nos vimos obligados a cerrar la sede por falta de personal. El sindicato se negó a seguir enviando delegados a esa filial. Se invertía en su entrenamiento demasiado tiempo y dinero para que acabaran malográndose. Nuestros profesionales no podían competir con infinidad de detractores aficionados que anulaban su alta valoración hasta empujarlos al suicidio.
La organización creyó, en un principio, que se quitaban la vida por honor y sentimos mucho orgullo por ese acto de arrojo, luego descubrimos con desilusión que lo hacían por simple melancolía.
Desorientados, estudiamos el caso en profundidad para encontrar una solución, pero notamos que resultaba inútil inocular el despropósito, la falta de incentivo y la desesperanza entre gente que vivía sumida en una atmósfera en la que se respiraban esos virus con naturalidad, para los cuales ya eran inmunes. Peor aún, mostraban resistencia a males del alma desconocidos por nosotros. Nos parecieron dolencias tan atroces, que jamás las hubiéramos incluido en los procedimientos estipulados dentro del reglamento, por considerarlas inhumanas.
Esa adversidad cotidiana, evidenciaba en este pueblo un fortalecimiento extraordinario y un poder de invención sin precedentes.
Saben que no tienen horizonte, que no podrán crecer jamás, que su país desciende hacia un vacío infinito, año tras año, pero el milagro es que no tocan fondo y, por eso, siguen adelante.
Si, al menos, fueran perseverantes..., pero no, todo lo abandonan a mitad de camino y están abocados a la chatura y al espanto. Esto los vuelve imperturbables. La única certeza que los mantiene alertas es que todo será peor al día siguiente. Entonces, siempre se preparan para generar, automáticamente, anticuerpos y resistir cualquier embate.
Nos preocupa este pueblo invulnerable.
Somos excelsos exterminadores de ambiciosos, megalómanos, idealistas, pero nos quedamos sin discurso frente a los conformistas y a los resignados.
Al emprender la retirada de sus tierras, confiamos en que, en realidad, resultaría cómodo y provechoso que ellos mismos ejecutaran nuestra labor sin que representara ni un mínimo esfuerzo para la organización. Manejan un criterio tan refinado y original de autodestrucción que nos maravilló. Hasta que comprendimos que ahí estaba la clave de su permanencia imbatible sobre el globo.
Los consideramos una plaga, porque se están diseminando por todas partes. Tememos que la indolencia que los caracteriza sea contagiosa. Si esta invasión persiste, nuestro oficio se pone en serio riesgo de extinción. Los detractores pasaremos a retiro por innecesarios. El fantasma del desempleo nos aterra, cuestión que a ellos no parece afectarlos, ya que sin trabajo son capaces de subsistir haciendo uso de una frondosa imaginación.
Si finalmente esta profecía se cumpliera, nos quedaría el consuelo de contar con ese lugar de Sudamérica en donde, después de todo, conseguiríamos sentirnos a gusto. Un ex detractor profesional pasaría inadvertido viviendo en un país en el cual la infamia, la denigración y la crítica descalificadora son moneda corriente.
Cuesta entender a estos hombres que se autodenominan “argentinos”.
Será un enigma indescifrable cómo apartados hasta el olvido, desacreditados frente al mundo y totalmente desviados del rumbo, todavía ríen. 
Vaya uno a saber de qué o de quiénes.
                                                  




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