domingo, 30 de junio de 2013

A la vida le doy

Entiendo que asumir los años, que tienen esa mala costumbre de ir acumulándose unos arriba de los otros, sea una experiencia desestabilizadora. Hombres y mujeres (aunque se tenga la errónea creencia de que rebelarse en contra de los efectos del envejecimiento es solo condición inherente al género femenino) deben transitar por un período de relevamiento de daños colaterales, poco grato y menos digerible que un combo de Mac Donald's.

Listado de mutaciones:

_Comprender que la piel se aja y no hay plancha que la alise;
_ descubrir que las rodillas rechinan cada vez que las cruzamos en los últimos intentos por sentirnos sexys o atléticos;  
_ Reconocer que la cintura se pierde y los kilos se ganan; 
_ Encontrarse con la realidad de que los hijos crecieron y nos dejarán o con que nos acordamos tarde de engrendrarlos y nunca vendrán; 
_ Observar que las oportunidades siempre llegan cuando uno está distraído y huyen cuando uno las persigue... y ya no podemos correr detrás de ellas demasiado rápido sin agitarnos; 
_ Convivir con la frustración de tener la tonicidad muscular de una ostra y el mismo aspecto celulítico de una plancha de telgopor; 
_ Tolerar que codos y talones sean aún más ásperos que las relaciones diplomáticas entre Palestina e Israel;
_ Olvidar qué era la memoria; 
_ Acostumbrarse a leer como si odiáramos los libros: de lejos y con el ceño fruncido; 
_ Orinar fuera del inodoro o encima de la bombacha; 
_ Evaluar la posibilidad de irse a la cama sin cenar, no porque nos hayan puesto en penitencia, sino porque el estómago, el páncreas, el hígado y la vesícula se niegan a trabajar después de las seis de la tarde; 
_ Dar por sobreentendido que si cualquier coetáneo comenta: "esta semana, la mínima anduvo alta", no se refiere a la frecuencia sexual sino a la tensión arterial;
_ Empezar a peinar más pelos con el escobillón en el piso que con el peine en la cabeza; 
_ Entablar conversaciones de más de media hora acerca de resultados de análisis clínicos, intervenciones quirúrgicas, nombres de medicamentos o precios de productos de ortopedia; 
_ Cepillarse la dentadura en la mano; 
_ Confundir la crema antihemorroidal con el pegamento de la prótesis y cerrar las compuertas del canal de Panamá por tiempo indeterminado, todo por negarse a usar los lentes y andar perdidos en la nebulosa de la presbicia.

Y frente a innumerables y atroces transformaciones, nos encontramos más negadores que Judas. Y por culpa de esta falta de resignación, por ignorar de plano su existencia, surgen una serie de efectos secundarios no deseados, consecuencia del escaso o nulo poder de adaptación a los cambios.
Aquello de ver el vaso medio vacío es una constante. Ni siquiera advertir que ese listado de realidades poco gratas son la resultante de seguir vivo. 
La irremediable consecuencia de no morir joven es envejecer. Ese es el precio. Y mucha gente se resiste a pagar el peaje porque le parece demasiado caro para un servicio de pésima calidad. 
La vida convengamos que, a veces, con sus complicaciones y sorpresas cansa, asusta, causa rechazo o indignación. Digamos que no se esfuerza demasiado por seducirnos a diario. Casi como un matrimonio de muchos años: verla cada mañana al abrir los ojos, con los pelos revueltos, su mal aliento y hostilidad habituales, suelen producir deseos de voltearse y seguir durmiendo por tiempo indeterminado, incluso, de no despertar nunca más. La fuerza de voluntad empuja desde atrás. Y la imaginación. Reeditarse cada día, pero a partir de esa mágica palabra sanadora: aceptación.
Entonces, esa pareja de años hombre-vida, al abrir los ojos en un nuevo amanecer, se sorprenden con una renovada y mutua mirada de esperanza. De repente, ese matorral de pelo salvaje y esa bocanada de aliento vital, encienden algo primitivo, lleno de energía atávica. Ambos hacen que el humor cambie y, más despiertos que nunca, se produzca un fuerte deseo de retener uno al otro. 
Literalmente, hay que voltearse a la vida cada mañana, gozarla y revolcarse en ella sin tregua. 
Eso sí, sin espejos cerca para evitar ver horrorizados los estragos que el paso huracanado de la energía vital fue dejando a su paso.

  




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