viernes, 9 de agosto de 2013

Sí, soy de escorpio. ¡¿Y qué?!

Nacer bajo el signo del escorpión, no es poca cosa. Existe mucho prejuicio acerca de nuestra esencia. 
Tal vez, deberíamos guardarlo en secreto para evitar el rechazo del prójimo. Revelar nuestro signo, produce un efecto similar al de presentarse diciendo que uno es terrorista. La gente no solo nos evita, si no que creo, es capaz de denunciarnos. 
Acá, entre nosotros, me animo a confesar que, de tanto en tanto, cuesta convivir con uno mismo, entenderse y soportarse en cada ascenso a la estratosfera y en cada descenso hacia el magma del centro de la tierra. 
También reconozco que resulta imposible pasar de cero a cien grados en fracción de segundo, sin terminar incinerados. Seguramente, hagan alusión a esto cuando nos comparan con el mítico Ave Fénix, que renace de sus propias cenizas. Es bastante aproximada la imagen porque nos incendiamos como bonzos y, al rato, salimos indemnes, con nueva energía y hasta olvidados del motivo que nos hizo sentir miserables lacras. 
Recomiendo abstenerse a todo aquel que priorice el packaging, al contenido. Por lo general, debajo de varias capas de gesto adusto; mal humor; irascibilidad; intolerancia y tesón rayano con lo cargoso, sorprende un relleno dulce; sensual; bondadoso; honesto; gracioso; leal y solidario. 
La asociación con escorpio es sólo apta para gente que gusta de las emociones fuertes, soporta climas extremos y disfruta de los deportes de riesgo. Efecto montaña rusa asegurado: algunos vomitan en la primera curva; otros, aplauden con los brazos levantados en cada caída abrupta. 
Refranes que justificarían nuestra existencia, podrían ser: "Para gustos, los colores" ; "Sobre gustos, no hay nada escrito." ; "Nunca falta un roto para un descosido."; "Dios los cría y ellos se juntan"; "Hay que encontrar la horma de su zapato."; "Si te gusta el durazno, aguantate la pelusa.". 
Llevar en la frente el cartel de "bajo astral"; rencoroso; vengativo; mal encarado; posesivo e iracundo, se hace penoso. Y que cuanto defecto haya circulando por el aire se le endilgue al nativo del signo zodiacal con el arácnido más espeluznante que camine sobre el planeta resulta, por lo menos, estigmático. 
Nada de "qué maternal" porque sos de cáncer; ni de "qué equilibrado" porque sos de libra; ni de "qué soñador" porque sos de piscis"; ni de "qué divertido" porque sos de sagitario; ni de "qué seguro" porque sos de leo; ni de "qué confiable" porque sos de aries; ni de "qué estable" porque sos de tauro; ni de "qué emprendedor" porque sos de géminis; ni de "qué trabajador" porque sos de capricornio; ni de "qué inteligente" porque sos de virgo o "qué creativo" porque sos de acuario. "Qué carácter de mierda" creo que resumiría lo que se dice, vulgarmente, para describir a un escorpio. 
Todo lo malo del ser humano parece concentrarse dentro de la personalidad de los que nacen entre el veinticuatro de octubre y el veintidós de noviembre.
Y yo creo que la confusión reside en el concepto de "intensidad". Somos, en verdad, seres intensos. Para bien o para mal, nadie nos olvidará después de conocernos. Esto, por supuesto, es mentira, forma parte de la característica vehemencia y el énfasis del vocabulario empleado por un escorpiano. 
De modo que, no deberían tomarnos tan en serio. Solemos exagerar la nota. A la tristeza profunda, restale un cincuenta por ciento; a la alegría desmedida, rebanale una buena tajada; al odio irracional, descontale casi todo; para el entusiasmo casi demencial, la cuenta regresiva empieza en uno. 
Las nuestras son emociones intensas, aunque efímeras. Para graficar la intensidad de un escorpiano, podría decirse que somos como el extracto de un perfume ordinario: capaces de sofocar en tres segundos y de desaparecer en cuatro.
Para colmo, desorientamos a la gente. Tenemos la virtud -horrible virtud- de utilizar el oxímoron como nadie. Somos contradictio in terminis. En un culturismo rancio, citaré a Baudelaire diciendo que un escorpiano te hará probar "...placeres espantosos y dulzuras horrendas...". Seguramente, alguna damicela portante de aguijón le había descuartizado el alma al romántico de Charles. Incapaces de soportar el léxico que acompaña lo amoroso, solemos ser rudos en nuestro decir porque detestamos la cursilería. Aunque la rispidez no nos quita lo extremadamente sensibles. Sensibles y groseros, algo así como un barrabrava que llora, desconsoladamente, abrazado a la camiseta si su cuadro desciende a la B. 
Frases de amor, típicas de escorpiano, podrían ser:

_ "Te quiero como un hijo de puta."

_ "Me gustás tanto, que sería capaz de bañarme con tal de acostarme con vos." 

_ "Te doy hasta espantar al último ovni del Uritorco". 

Es más, sólo nos permitimos estas licencias poéticas después de una buena tranca o de un polvo memorable. Pero de corazón. Pueden confiar en que si se dijo algo relacionado con el amor es absolutamente sincero, real y profundo. Pese a que el envase sea repudiable.
Es así, un signo con pésima prensa. 
Cierta vez, en el cumpleaños de una amiga, entablé conversación con dos chicas. Bueno, a decir verdad, no eran tan chicas, bastante veteranas ambas... 
(Esto de la honestidad no solicitada, innecesaria y cruel, es otra de nuestras aberrantes cualidades.)
 Típica conversación pelotuda de desconocidas, salió el tema zodiacal. Yo descubrí que ambas eran libra (faltó decir que, además, somos muy intuitivos, lo cual nunca sabré si es bueno o malo: al pedo, seguro). Entonces, ellas preguntaron mi signo y yo les dije jocosa: "soy del peor de todos". Tristemente, respondieron de inmediato, a coro y sin dudar: "escorpio". 
Sé que aquel que nos conozca en medio de un micro ataque de ira,  jamás nos concederá la oportunidad de mostrarle nuestros micro momentos de empalago porque habrán sacado, de inmediato, pasaje para huir hacia otro continente. Ellos se lo pierden.
Dicen que enojados, damos miedo. Y es este un punto en el que no coincido por autocrítica que me ponga: no logro ver tan horrendo mi carácter. Hasta siento que soy una persona que no molesta, con la cual es muy sencilla la convivencia. 
Por ejemplo, es raro que me ofenda. Claro que, cuando me siento humillada, algo se quiebra en mi interior y, si bien, soy incapaz de tomar represalias, me repliego sobre mí misma y enmudezco por un largo período. 
Y jamás olvido. Será por eso que nos difaman con aquello del rencor. Yo diría que, más que rencorosos somos de mala cicatrización: las heridas siempre quedan abiertas y en carne viva. 
Tal vez, como se denomina en lenguaje actoral, tenemos demasiada memoria emotiva. Cuando nos enfadamos, junto con el motivo real que nos molesta asoman, cual hongos después de la lluvia, diversas y antiguas ofensas. Nos enojamos por el conflicto actual y por todos los que pudo haber en los últimos veinte años. Para nosotros, las causas nunca prescriben. Van y vienen. Desaparecen por temporadas y, de repente, toman por asalto y afloran como un herpes, recrudecidas. 
En muchos de los casos, resulta suficiente motivo mencionar una palabra clave para que detone el cargamento de explosivos. Como el que obedece bajo hipnosis a la consigna y regresa al trance sin percatarse. 
Pero luego de la ebullición, retorna la calma. Son pequeños momentos. 
El que aprende a capear el temporal, luego disfruta playas de arenas blancas y un mar cálido y azul profundo. Nuestros enojos son como tormentas tropicales, solo se trata de sobrevivirlas. 
No es tan complicado, después de todo.
Considero que, con la lectura de este didáctico tratado acerca de cómo descifrar la piedra Roseta del comportamiento jeroglífico del temperamental escorpio, el camino se allana. 
Nadie podrá decir que no está avisado. 
Y el que avisa, no es traidor. A pesar de que nuestros detractores insistan en ensuciarnos con eso de que el escorpión clava el aguijón sólo porque esa es su naturaleza. 
Mito inexacto, si los hay: sólo lo hincamos cuando el otro lo merece.
Para acreditarse el mérito, los factores de irritación son diversos, pero será el único dato que no ofreceré. 
Nada más que para mantener el misterio escorpiano. 










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